miércoles, 30 de noviembre de 2011

¿Está fundido el cerebro de los iluminados?

Acaba de publicarse un artículo en la revista científica PLoS ONE titulado “Factores religiosos y atrofia hipocampal en la edad adulta” en el que se presentan resultados de un estudio en el que se han realizado escáneres cerebrales cada dos años  (rango 2-8 años y media 4,19) a 268 hombres y mujeres de 58 años en adelante (media de edad de 69 años) y se ha correlacionado el volumen de una estructura cerebral llamada hipocampo con cada una de las categorías de las afiliaciones religiosas de que se componía la muestra: Protestantes No-Renacidos, Protestantes Renacidos, Católicos, Otras Religiones, No Religiosos; así como con la presencia en la muestra de Experiencias Religiosas: Renacidos (línea base), Experiencia que ha cambiado la vida (línea base), Renacido (nuevo), Experiencia que ha cambiado la vida (nuevo). Es decir, si la experiencia de sentirse Renacido por una parte, o Transformado, por otro, ya se tenía antes de empezar el estudio o apareció a lo largo de los años que duró el estudio. Como se ha dicho, se hizo una evaluación de cada sujeto al inicio del estudio (línea base) y luego cada dos años se repetía el escáner, de tal forma que se podía estudiar la evolución de los hipocampos de los participantes a lo largo del tiempo de tal forma que había sujetos que habían tenido esas experiencias bien de renacimiento, bien de transformación vital, en algún momento a lo largo de la duración del estudio (los categorizados como “nuevos”):

 
Los resultados fueron  impactantes: aquellos sujetos que habían tenido experiencias de transformación de vida y de renacimiento antes de entrar en el estudio (línea base) presentaron, a lo largo de los años, una mayor atrofia cerebral del hipocampo que aquellos que tuvieron ese tipo de experiencias una vez iniciado el estudio. También presentaron atrofia cerebral los Católicos y los No Religiosos, siendo los únicos que parecían mantener sus hipocampos intactos a lo largo del tiempo los que habían tenido experiencias transformadoras y de renacimiento recientes, los pertenecientes a la categoría “otras religiones”, los que practicaban su religión de forma privada y los que iban regularmente a misa sin más. ¿Qué ha pasado aquí? ¿Se ha demostrado científicamente por fin que la religión es el opio del pueblo y que como tal atrofia el cerebro?




Si los resultados del estudio parecen rocambolescos, la interpretación que ofrecen los investigadores de los resultados ya perece caricaturesca: según ellos, el pertenecer a grupos minoritarios religiosos o el tener experiencias transformadoras puede suponer una situación de estrés. En el primer caso, por sentirse de alguna manera mal vistos, y en el segundo, porque las experiencias transformadoras pueden suponer un choque con las creencias previas y eso desencadenar una respuesta estresante. El estudio es norteamericano, donde ni la religión protestante ni el catolicismo son precisamente religiones minoritarias. La atrofia en el hipocampo se relaciona con las situaciones de estrés mantenido en el tiempo debido a que las células del hipocampo son especialmente sensibles a la acción de las hormonas del estrés, como el cortisol. De ahí que la explicación de los investigadores de la atrofia hipocampal en esos grupos concretos de religiosos la basen en una supuesta respuesta de estrés. En cualquier caso este artículo ha dado lugar a numerosos artículos en los medios y revistas de Internet, entre ellos, el más divulgado de todos, es el firmado por el neuroteólogo Andrew Newberg para la revista Scientific American. En todos estos artículos, lejos de aceptar una relación directa entre la afiliación relogiosa y la hipertrofia hipocampal (que es lo que realmente encuentran los autores), se ofrecen explicaciones alternativas a los insólitos hallazgos, si bien, de entre todas ellas, ninguna esgrime que quizás los que han atravesado por experiencias transformadoras son los que quizás se han vuelto más fanáticos de todos, dedican su vida solamente a su religión y dejan de lado otro tipo de actividades cotidianas y que eso por sí mismo ya puede producir atrofia hipocampal por ir reduciendo la persona cada vez más su exposición a situaciones novedosas del ambiente e irse así rigidizando su estar en el mundo. Quizás si hubiesen utilizado una escala de fanatismo como covariable, o su equivalente clínico, de obsesión, tendríamos alguna interpretación más precisa de los resultados.

Se podrían esgrimir algunas interpretaciones alternativas más, o incluso se podría hablar de las limitaciones metodológicas de los estudios correlacionales, pero lo que le interesa a TED en relación a este estudio no es nada de esto, ni siquiera si sirve para algo o no, o explica algo nuevo sobre la realidad o no. Lo interesante para TED de este estudio es que, de entre todas las noticias que se han hecho eco de él, de todas las interpretaciones que se han dado a los resultados y de todas las vueltas y revueltas que se le ha dado, ninguna concluye que a lo mejor la práctica de determinados tipos de religión es perjudicial para la salud, que es, como se ha dicho, en definitiva lo que concluye el estudio. Compárense este tipo de artículos y las explicaciones que se esgrimen para interpretar los resultados con aquellos en los que se ha encontrado que, por ejemplo, el cannabis, produce atrofia hipocampal. En 2008 se publicó el primero de estos estudios y si uno mira tanto el artículo original como las decenas de artículos periodísticos que generó, nadie pone en duda que el estudio está mal hecho, nadie cuestiona los resultados y, lo que es más importante, a nadie se le ocurrió decir que una explicación alternativa de los resultados puede ser que los fumetas claro, al vivir en un país especialmente duro en cuanto a legislación, como es los EE.UU., sufran un estrés permanente por sentirse estigmatizados socialmente y perseguidos policialmente (algo que no les ocurre a los religiosos iluminados). En ese estudio se vio además que los años de consumo correlacionaban con síntomas psicóticos, lo cual es acorde con la interpretación basada en el estigma y la persecución, ya que cómo no va a puntuar alto en, por ejemplo, paranoia, alguien que lleva media vida evitando ser pescado por el madero de turno. Pero no, si se trata de experiencias religiosas resulta que ahora los pobres sufren estrés porque nadie les comprende, y si se trata de fumetas es que el cannabis les está jodiendo el hipocampo y psicotizándoles.

Lo gracioso de todo es que no hay mayor delirio que una religión donde una realidad inventada y una verdad revelada se toman como si fueran la realidad en sí. Historias fabulosas se admiten por adeptos en masa sin mayor valoración juiciosa y líderes fanáticos cargados de prejuicios morales y de deseos de persecución, venganza, guerra y salvación son obedecidos sin cuestionamiento alguno. ¿No es esto un delirio? En lugar de entender que a lo mejor esta gente está psicótica, se piensa que los pobres están estresados. Y a la inversa, en el caso de los fumetas, se desarrolla toda una teoría según la cual el consumo de drogas es una enfermedad del cerebro cuya prueba anatómica es tener un hipocampo más reducido que el de los no consumidores y cuya manifestación clínica es padecer síntomas psicóticos.

Si esto no es un sinsentido que baje Dios y lo vea.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Drogas precolombinas de ayer y hoy



Seguimos explorando el pasado y esta vez nos encontramos de nuevo con restos arqueológicos que atestiguan el uso generalizado de distintos tipos de drogas, esta vez en culturas precolombinas. Conviene, llegados a este punto, señalar que, contra esa corriente popular tan bienintencionada como ingenua, que afirma que el uso de drogas en la culturas llamadas “primitivas” o “primigenias”, o como quiera llamárselas, donde existe un uso tradicional de drogas en forma de plantas, extractos de plantas, brebajes de plantas, etc., es siempre ritual, espiritual y sagrado, no parece que las evidencias existentes lo apoyen. Como en todas las culturas y en todas partes se dan, como no podía ser de otra forma, usos recreativos. Pero no solo eso, también están perfectamente documentados usos más perversos, como los empleados para mitigar el dolor en rituales de sacrificio, en ceremonias de coronación, para hacer la guerra o simplemente, como ocurre en occidente, como excusa para cometer un acto violento gozando de la impunidad que se le puede dar al perpetrador por considerar que no está en sus cabales (ver por ejemplo, El Río, o Yanomamo, la última gran tribu donde se ofrecen ejemplos concretos de esto). Del mismo modo, estos pueblos idolatrados e idealizados por tantos por considerarles como el sumo de la sabiduría y del conocimiento arcano no solo consumen enteógenos, también le dan a otras drogas supuestamente menos nobles, principalmente al alcohol. Y no porque lo introdujera el hombre blanco, sino desde tiempos tan inmemoriales como usan el peyote, los hongos o las daturas. No solo eso, sino que, como toda cultura que busca en la drogofilia la perfección, no se limitan a descubrir una planta que coloca e ingerirla tal cual, sino que, como buenos científicos, se las ingenian para purificar lo más posible el producto, hacerlo más eficaz al consumirlo y buscar vías de administración eficientes que pasan desde el esnifado de triptaminas hasta los enemas de alcohol mezclado con plantas psicoactivas.



Bien, al hilo de esto, acaba de aparecer un artículo en la revista española Neurología, en la que el autor, el Dr. Carod-Artal, del Hospital de la Virgen de Luz de Cuenca, hace un repaso a todas las drogas utilizadas por los pueblos precolombinos, qué pueblos concretos eran esos, cómo se utilizaban esas drogas y en qué contextos y, lo que es más interesante, ilustrado con fotografías de restos arqueológicos que ponen de manifiesto la presencia constante de dicho uso. Se trata de un artículo sencillo, que aportará algún dato nuevo interesante al drogófilo ilustrado a la vez que iluminará al menos versado en literatura enteogénica respecto a los usos y costumbres drogófilas de culturas ya desaparecidas pero de las que, afortunadamente, nos han quedado legados sumamente interesantes. El autor, en el apartado de conclusiones, vuelve a caer en esa especie de mito que se repite hasta la saciedad de escrito en escrito sin que nadie se moleste en contrastar y que ha terminado funcionando como una especie de dogma y que dice “El abuso de estas sustancias con fines hedonísticos es un hecho reciente en las sociedades posmodernas euramericanas”. Al margen de que, como ya se dijo antes, esto, sencillamente es falaz, tampoco termino de entender por qué lo utiliza tanto el estamento médico las pocas veces que habla de drogas alucinógenas. Pareciera como si un uso religioso, bélico y sacrificial fuera moralmente aceptable (vaya usted a saber por qué motivos concretos) y un uso hedonista no. De nuevo, algunos médicos parecen olvidarse de que su trabajo no consiste en salvar de las llamas del infierno a sus enfermos fieles, sino de salvar sus cuerpos cuando ello sea posible. Lo más dramático es ver reiteradamente cómo usos directamente dañinos, como muchos de los practicados por culturas precolombinas parecen legitimarse mientras que los usos hedonistas, claramente de menos riesgo comparados con, por ejemplo, un uso sacrificial, se condenan. El propio autor, en este sentido, parece no interpretar correctamente las pruebas arqueológicas cuando habla, por ejemplo, de “enema ritual maya” para interpretar una imagen aparecida en una vasija en la que se ve a un supuesto sacerdote administrando un enema de supuesto alcohol a un iniciado. No tiene mucha pinta en este caso el iniciado de solemnidad, pareciera más bien estar disfrutando de un colocón hedónico de vaya usted a saber qué administrado por una vía y de una forma que, eso sí, hoy muchos no nos atreveríamos a dejarnos hacer. Por lo demás, tampoco era mi intención criticar este artículo, solo dárselo a conocer a quien pudiera interesarle. Lo que pasa es que uno se pone y no sabe por qué, ni cómo, termina encendiéndose.




Nota: la fotografía están extraídas del artículo original y reproducidas aquí sin permiso. Mis disculpas a los autores.